Texto por: Jefferson Mejía

“Con los libros ocurre como con las personas. Deben tomarse en serio. Pero precisamente por eso debemos cuidarnos de hacer ídolos de ellos, es decir, instrumentos de nuestra pereza.” Leer, 1945. L´Unitá de Turín.

Quise ignorar la fecha del aniversario porque se supone que tengo cosas mejores que hacer: conseguir un empleo estable, conquistar una mujer y ser verdaderamente suyo, no recaer en mis mejores adicciones y organizar una vida de la cual no avergonzarme, en fin, ser un hombre. En el arte de madurar, pareciera que nuestras vidas siempre terminan por definirse, entre las costumbres y los vicios, hasta que nos dominamos (o nos dominan) o nos quemamos (nos calcinan), inevitablemente. Aunque sepamos, ustedes y nosotros, que la vida no la definen semejantes extremos, sabemos también que un equilibrio entre ambas siempre será precario, inestable, un poco aburrido y hasta incoherente.

Digo que quise ignorarlo pero no fue posible. Abrí al azar, como quien siempre está jugando en serio, una página del libro Somos las horas, de Aberlardo Leal, tomado del anaquel también sin un motivo específico y el coscorrón de la memoria fue eficiente:

Cesare Pavese camina por Turín

“… El tiempo se desfoga porque sabe
que es breve su tarea:
miro las bailarinas que no oyen
a un hombre que les habla con poemas.
Siento los coches que se alejan
viajando en la miel de los aromas.
Oigo las casas que se queman
al calor de las hogueras.
Y desde aquí contemplo la agonía
de no poder besar lo que se quiere.”

Recordé los poemas de María Mercedes Carranza, El oficio de vivir y El oficio de vestirse, y el nodo suicida hiló tristezas en común entre estos dos autores. Traté de hacerme una idea de la magnitud de su influencia en la literatura latinoamericana; los méritos un escritor, editor, traductor y hasta guionista de cine, que se suicida “después de la guerra”, un misógino, un desdichado exitoso, un impotente (físico o emocional, como prefiera el morbo), un dechado de defectos según las categorías de análisis actuales, para calar tanto en lo más burdo y violento de nuestras costumbres masculinas. Este italiano propicia pensarnos, para bien y para mal, en qué significa ser hombres, bajo los lentes de valores morales, sentimentales, intelectuales, políticos, existenciales de antes y hoy día. Con las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.

A 70 años de su suicidio, Cesare Pavese es un escritor cuya literatura (sus poemas, novelas, ensayos y teoría mítica) resulta todavía actual por cuanto resuena en nosotros como habitantes de una tierra que nos resulta familiar, a veces demasiado conocida, una prisión o un paraíso, según la angustia personal (De tu tierra); por el contraste -chocante, y en momentos de álgido dolor, identificante- en materia de sexualidad masculina, cuyos anhelos de realización y satisfacción varonil quizás no distan mucho, en el fondo, de nuestras complacencias (El oficio de vivir, unos diarios revelantes y relevantes); una poética fascinante en torno a las figuras de los dioses y el destino de las vidas de los hombres, alcanzada solo tras un proceso de destilado muy venenoso para sí mismo (Diálogos con Leucó); una figura de mujer analizada y juzgada bajo la tortuosa métrica del amor y el odio por los amores no correspondidos (tantos de sus poemas, y varias de sus novelas: La playa, La luna y las fogatas, El hermoso verano); una lección silenciosa y profunda sobre la soledad, y la más violenta torpeza, dañina y viciosa necesidad de un sentido, que halló consuelo en el arte y que finalmente lo lleva a su muerte: la resignación de quien sabe que intentó vivir, pero no pudo. Que cree que cuanto hizo no fue suficiente.

Y sé que me quedo corto en echarle flores a un muerto que ya a nadie le va ni le viene. Por lo que iniciaba este texto con una cita de uno de sus ensayos semilla para la curiosidad por la lectura y la obsesión a la que entregó su vida, como si de un sacrificio humano se tratara, a la liberadora tarea del arte -con la desoladora soledad que eso implica, con los amigos que perdió durante la guerra, con las mujeres que alejó de su vida o que no supo mantener cerca-, un arte que pervive añejo, y triste y alentador al tiempo, en cada uno de sus textos cuando se los lee. Esa es la invitación: a descubrirlo, a releerlo.

Recordar los aniversarios de muerte de los escritores resulta poca cosa cuando en tiempo presente sobran muertos para escoger y lamentar. El dolor, en Colombia, es PARA TODOS, como un eslogan de campaña, una cosa universal. En un país y un momento en que la infravalorada resistencia de una dispersa oposición nacional parece condenarnos a una prudente indiferencia que tiene más de suicidio que de supervivencia, resistir, a pesar de todo, parece una de las mejores respuestas. Resistir alegre y furiosamente, violentamente a lo que de alienado tenemos todos y todas, una terquedad esencial.

Así que cierro con otra noticia, un homenaje que le dedican en su tierra natal: F- tv Feltrinelli emite desde hoy la producción «Fuego sagrado – el talento y la vida» un viaje de cuatro episodios de 30 minutos en la vida de cuatro grandes compositores del Novecento italiano -Alda Merino, Luciano Bianciardi, Cesare Pavese y Elsa Morante- con la narración de Paolo Di Paolo, dirigido por Samuele Rossi. Disponible por demanda en Sky y SkyGo.

Y dos de sus poemas, en su día. Versión de José Agustín Goytisolo.

TIENES EL ROSTRO DE PIEDRA ESCULPIDA

sangre de tierra dura,
has venido del mar.
Todo acoges e indagas
y rechazas de ti,
como el mar. En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
sumergidas. Eres sombría.
Para ti el alba es silencio.

Y eres como las voces
de la tierra -el golpe
del cubo contra el pozo,
la canción de la hoguera,
la caída de un fruto,
las palabras resignadas
y oscuras bajo los pórticos,
el grito del niño- las cosas
que no se pierden nunca.
Tú no cambias. Eres oscura.

Eres la bodega cerrada
por un montón de tierra,
en donde entró una vez
un muchacho descalzo,
y la recuerda siempre.
Eres el cuarto oscuro
que se recuerda siempre,
como el antiguo patio
donde se abría el alba.  


THE CATS WILL KNOW  

La lluvia caerá aún
sobre tus dulces suelos,
una lluvia ligera
como un aliento o paso.
Aun la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
cuando tú vuelvas.
Entre flores y alféizares
los gatos lo sabrán.  

Seguirán otros días,
seguirán otras voces.
Sonreirás a solas.
Los gatos lo sabrán.
Oirás viejas palabras,
voces cansadas, vanas,
tal trajes arrumbados
de las fiestas de ayer.  

Tú también harás gestos.
Responderás palabras –
rostro de primavera,
tú también harás gestos.  

Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera;
y la lluvia ligera
y el alba de jacinto,
que el corazón laceran
de aquel que no te guarda,
son la triste sonrisa
que te ilumina a solas.  

Seguirán otros días,
voces y despertares.
Sufriremos al alba,
rostro de primavera.    

Un comentario sobre «PAVESE 70»

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