Perros sin bozalPerros sin bozal
Narrativa por: Nelson Eduardo Hernández

Al día no se le había sumado nada extraño. Había caminado 3 horas a pleno sol y ahora, cansado y jadeando, veía la carretera derretirse. Me senté en el andén de una tienda al lado de la carretera principal en la zona industrial del pueblo. Ahí pedí un fresquito a ver si me volvían los alientos para llegar a mi casa. Ya andaba pensando también en qué almorzar cuando en esas llegó un perrito mediano, canequero, blanco, salpicado en las patas con manchas negras en forma de puntos y con la cabeza pintada de negro, como si estuviera haciendo cosplay de cantante de black metal. El man se me quedó mirando, estiró la jeta para oler y se acercó un tanto desconfiado. Yo dejé que me oliera como aconseja don César Millán, para ganar su confianza, y que se acercara más hasta poder rascarle la orejita.

Por mi rinitis y la voluntad de mis papás, en toda mi vida nunca he tenido alguna mascota, pero casi siempre aprovecho para consentir cualquier perro que se atraviese. Entonces me paré y rezando que no se fuera, fui y le compré un pan de doscientos y tres rayas de salchichón. Volví y él, quietico, con la mirada fija en el embutido, sin inmutarse siquiera por las mulas de doce llantas que pasan cargadas con gallinaza por esa vía. Le sonreí y me senté al lado para dejarle las dos cosas en el piso. Prácticamente se las tragó, debía tener un hambre horrible.

Me fui acabando la gaseosa mientras lo iba mirando y antes de dar el último sorbo escuché el “gracias, socio” que me dejó desubicado. Si bien inicialmente lo miré, traté de convencerme que lo había dicho alguna otra persona por ahí ¡pero no había nadie más!, sólo sonaba el vallenato de la tienda acompañando el ruido de los carros. Y poco después, sin haberme explicado muy bien lo que acababa de ocurrir, se escuchó: “Re melo ese salchichón… el cervecero es el que más me gusta” y ahí no había ninguna duda de que el chandoso era el que hablaba. Sin saber qué hacer, solo lo miré por un minuto seguido hasta que increpó: “¿¡Qué!? ¿Nunca había escuchado a un perro hablar?” Seguido por una risita molesta, característica de ñero escandaloso.

¡Entiéndase por favor la magnitud de mi sorpresa al escuchar cómo me “hablaba” un perro! (entre comillas porque solo me miraba, no abría el hocico, pero lo podía entender como en las películas). Sin saber qué hacer y mucho menos qué decir, me limité a quedarme sentado, callado, ahí esperando a ver si pasaba algo. Inicialmente se quedó mirando la gasolinera al otro lado de la vía y hasta más allá… hacia la nada. Y yo creyendo que no podía asombrarme más, de un momento a otro manteniendo esa mirada profunda, con un acento de barrio peligroso y sacando la lenguita afuera por el calor, se soltó así:

“Aquí se vive bueno, se vive tranquilo. Aunque hay unos días muy jodidos como hoy… yo por acá he vivido desde el día que me escapé de ese costal en el que me iban a tirar a la quebrada con mis hermanos, de cachorros… a mi cucha ni la conocí. Y yo creo que si estoy vivo es de pura chiripa, ¿sí pilla? Sobre todo uno ahí todo pequeño sin saberse las mañas, ¿qué hace? De buenas que me recogió una señora, toda gorda la cucha esa, y me llevó a la casa como «regalo» para los mocosos. Pero las GONORREAS me echaron cuando crecí y dejé de parecerles bonito. La mala para esa mano de malparidos que nos hacen eso… ¡medio maricas!, quieren que uno se quede enano toda la vida» Se rascó el pescuezo con la pata trasera. «Afortunadamente aprendí rápido a ser bien nea, a mosquearme para revisar la basura los martes y viernes, a correr el sábado al mediodía a la fama de la plaza de mercado por los cueros de carne que sobran, a meterme a los talleres de mecánica donde no pegara tan duro el frío por la noche o hasta darme en la jeta con el que sea, porque eso sí, yo soy chiquito, pero también bien lámpara cuando toca pararse fuerte» dijo, mientras se paraba en los cuartos traseros y movía las otras patas cuál boxeador haciendo su sparring de calentamiento.

Volvió a estar en cuatro y siguió: «Pero por fuerte que yo sea, la calle no deja de ser muy dura… como mi verdura» ahí repitió la risa fastidiosa y sacudió la cola que tenía a parches sin pelo. Sí, era perro y gamín por si no se han dado cuenta. «No, pero a lo bien, aquí en la calle uno amanece o se acuesta donde le toque, come cuando pueda, se chupa los aguaceros completos… es duro, es duro…» ahí se puso en cuatro, hizo un saludo al sol y pegó un bostezo monumental donde noté algunos dientes faltantes y una mancha redonda en la lengua. Puso la panza en el asfalto y la cabeza entre las patas delanteras y prosiguió: «Pero si lo ve por el lado amable vivir en la calle es como estar de vacaciones, parchando por ahí a toda hora, como ese resto de chinos que andan más desocupados que un verraco. Uno va tranquilo como tranquilino, sin paredes o sin corral que lo ataje a uno. Nada de esas maricadas de salir siempre a las 7 de la mañana con otros tres canes, amarrados con ese resto de correas siendo paseados por un huevón que no tiene más que hacer… Pille, usted se levanta y se va por ahí a buscar el desayuno cerca al parque donde hay resto de canecas y listo, ¿qué más tiene que hacer? NADA, mis únicas obligaciones son comer y cagar. Voy por ahí, oliéndole el culo a quien se me dé la gana, orinando dónde se me da la gana, parchando a la montaña con cualquier grupo de mariguaneros montañistas, que llaman» Así con g lo dijo, elevando la nariz con lo de montañistas para darle más caché. «A propósito, ese es severo parche porque entre más chirris más quieren a los perros JAJA y nos dan la de comida y luego de trabarse se ponen a jugar con uno y lo abrazan. Y por la noche no tengo preocupación por llegar temprano porque no tengo a dónde llegar JAJA, me voy a vaguear con los que están bebiendo por los parques, me les hago al lado a ver si me abrigan tantico. Y si ando de buenas, las seños vendedoras de chuzos me sueltan un pedacito de carne bien aleta para la cena… aunque eso ya sería practicar un poco lo que viene siendo el ca ni ba lis mo, ¿sí me entiendes?» y ahí picó el ojo izquierdo «o pues simplemente andar por ahí con los otros desdichados, está: Trosky, Tres-orejas, Felix, Arturo… y muchos otros nombres que no recuerdo. Nos vamos a los potreros a espantar a los jóvenes que se van a amar en esos sitios olvidados o a los que consumen el pasto loco o hasta nos asustan a nosotros, porque nunca faltan los pirobos que nos pegan porque sí, que nos cogen a piedra o que hasta nos apuñalan… perros hijueputas esos».

Silencio.

Sacudió la cabeza y siguió, mientras movía una piedrita en la arena: «Y así mi perro… ¿yo qué no he hecho? Sólo falta quedarme pegado a una ruquita por ahí, porque uno poco agraciado y mi carita bien brusca que sí es, pa qué nos decimos mentiras… No y ni le cuento, además de todo eso una vez me agarraron los tombos y me cortaron los cables y paila mi descendencia… pero hasta mejor, ¿no? Yo sí no le deseo a nadie lo que me pasó a mí, no hay tanta gente buena para todos los perros que hay. Yo no sé si usted tiene perros o los piensa tener pero se deberían cuidar como chinitos, ¿sí? Nada de fiestas ni hoteles ni spas ni nada de esas güevonadas con que los «consienten», porque un perro es un perro. Es quererlo bien, darle de comer, dejarlo jugar, sacarlo a pasear, llevarlo al médico, dejarlo subirse al mueble… eso y listo».

Y ahí volvió a quedarse en silencio, mirando al fondo, sin decir nada. Luego, mientras se levantaba, dijo: «Pero bueno… problemas tenemos todos, ¿no? Yo sólo quería compartírselos… no para que me dé más pan ni nada, sino que muchas veces la gente no entiende cómo le toca a uno y se ponen a juzgar en lugar de hacer algo que aporte… en fin, gracias por la comida mi perro» Me dio un tope con la cabeza en la pierna. «Nos pillamos por ahí».

Y sin más se fue, con el sonido tan satisfactor de las almohadillas y las uñas pegando contra el asfalto, moviendo la cola y en dirección hacia un perro que no había advertido hasta ese momento; grande con una oreja cortada por la mitad y otro chistosito, pequeño y color avena que juzgaba con la mirada. Se olieron las jetas y siguieron hasta perderse en la curva de la carretera.

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